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27 de julio de 2011

Santo Domingo Savio -- "Nosotros demostrando la santidad estando siempre alegres"

Muchas veces no sabemos la huella que podemos dejar en los demás, hasta que encontramos pruebas palpables de ella. ¿Cuántas veces no nos damos por vencidos, diciendo que no podemos marcar la diferencia? Para muchos jóvenes, en sus escuelas, en sus colegios, esta es una realidad. Entrando en la adolescencia, uno se empieza a preguntar qué quiere hacer con su vida, qué puede darle al mundo que éste no tenga ya. Y a veces nos sentimos tan pequeños ante un mundo tan grande, que nos petrificamos creyendo que no haremos nada de valor.
Pero, sin embargo, vale más una vida corta y silenciosa de amor y de virtud, que una vida entera de hazañas pero con el corazón vacío. Santo Domingo Savio es el ejemplo de cómo sí podemos dar lo mejor de nosotros, marcar la vida de lo que nos rodea, y sobre todo, cómo sí tenemos un propósito viable en el amor de Dios.
Santo Domingo Savio... El santo adolescente.

Un niño que sabía lo que quería
Domingo nació el 2 de abril de 1842, en la localidad de San Giovanni da Riva, en lo que hoy es Italia. Era el mayor de cinco hijos, nacidos del matrimonio de Ángel Savio, un mecánico, y Brígida, una costurera. De familia sencilla, fue criado en la fe en medio de un gran amor de parte de sus padres y hermanos, y muy pronto descubrió al Dios que es amor.
Monaguillo desde muy joven, cosechó una devoción enorme hacia el misterio de la Eucaristía. Allí, cara a cara ante Jesús, llevaba a cabo ese proceso que todos estamos llamados a llevar: ese conocimiento de Dios, esa amistad, ese enamoramiento, ese compromiso. Para Domingo, Jesús era todo, y nada en su vida podría jamás tener sentido sin Él. Y como ya lo sabemos, el amor conlleva hacer locuras... Y Domingo fue un experto en ellas.
Se cuenta, por ejemplo, que cuando llegaba demasiado temprano al templo y el sacristán no lo había abierto, el niño se arrodillaba ante las puertas, adorando el Santísimo que sabía estaba solo a unos metros de él.
Cuando llegó la víspera de su primera confesión, fue directo donde su madre, y le pidió perdón por todos los disgustos que le había dado en su vida a causa de sus travesuras infantiles.
Y finalmente, llegó para Domingo el momento que marcó su paso a la santidad: asumir un compromiso en el amor de Dios. Ese niño que quería ser sacerdote, iba a recibir su Primera Comunión. Y allí mismo, hizo estos votos que demuestran que había encontrado lo que quería hacer de su vida: dedicarla al Señor.

"Resoluciones tomadas por mí, Domingo Savio, en el año de 1849, en el día de mi Primera Comunión, a la edad de siete años:
1. Me confesaré a menudo, y comulgaré tan frecuentemente como mi confesor lo permita.
2. Deseo santificar los domingos y fiestas de forma especial.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. La muerte antes que pecar."

El descubrimiento
A los doce años, Domingo se encontró por vez primera con San Juan Bosco(izquierda), santo patrono de la juventud, que en aquel momento dirigía un colegio para niños pobres. Sin dudar, el joven solicitó entrar al mismo, donde convivió con los casi ochocientos muchachos que el sacerdote atendía con ayuda de su madre, y a los cuales enseñaba todo lo necesario para poder desenvolverse en la vida cotidiana. Don Bosco contaba que cuando Domigo supo que había sido aceptado en el colegio, le dijo: "Usted será el sastre. Yo, el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a Nuestro Señor".
Precisamente, Don Bosco estaba buscando talentos, por decirlo así, que pudiera formar para que en un futuro le ayudaran con su labor pastoral. El sacerdote quedó impresionado ante la piedad que irradiaba Domingo, y encontró en él un aliado formidable, un ejemplo de cómo vivir la santidad en la juventud, específicamente, en medio de un colegio.
La primera "hazaña" de Domingo aconteció una vez que trató de separar a dos compañeros suyos que estaban a punto de pelearse a pedradas. No lo logró, así que se interpuso entre ellos levantando en alto su crucifijo, diciendo: "Antes de lanzarse las pedradas vean este crucifijo y digan: "Jesús murió perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero perdonar a los que me ofenden". Si después de esto aún se quieren pelear, pueden pegarme la primera pedrada a mí". De más está decir que sus compañeros, asombrados y abochornados, se reconciliaron, y recordaron el asunto durante el resto de sus vidas.

Domingo y Jesús: una amistad que se transparentaba
En su corta vida, como ya dijimos anteriormente, Domingo había desarrollado plenamente su relación con Jesús, haciendo de Él un amigo, y el sentido de su vida. Su amor a la Eucaristía lo hacía dedicar largas oraciones ante el Santísimo Sacramento, en las cuales conversaba largamente con su amigo. Una vez, luego de la misa de la mañana, Domingo no aparecía. No fue a desayunar y ni a almorzar, y preocupados, comenzaron a buscarlo por todo el lugar. Don Bosco lo halló en la capilla, ante el Santísimo: el joven se había concentrado tanto en su diálogo con Cristo, que creía que todavía la misa no había terminado.
A esos momentos de oración ante la Hostia Consagrada, Domingo las llamaba "sus distracciones".
Pero Domingo no pasaba metido solamente en la capilla. Fue reconocido los tres años que estudió en el colegio con el Premio al Compañerismo, el cual se otorgaba por votación entre todos los estudiantes. La razón era simple: su amabilidad, su gentileza, su tratamiento para con todos. En su vida diaria, transparentaba su amistad con Jesucristo, la vocación de su vida... Y era un muchacho totalmente normal, que reía y jugaba, que bromeaba, que tenía trabajos y exámenes, que tenía amigos, en fin, un joven que vivía la vida como aquellos con su misma edad.
Pero esa vivencia la hacía a la luz de Jesucristo. Domingo encontraba en Él el sentido de su vida, la luz con la cual podía dar los pasos seguros. No por ser cristianos y amar a Dios tenemos que ser bichos raros. Pero conociendo el amor de Cristo necesariamente tenemos que vivir nuestra vida según ese amor, o si no descubriremos que lo estamos traicionando y que nos estamos traicionando a nosotros mismos.

La vez que castigaron a Domingo
Una vez, mientras llegaba el profesor, se hizo un alboroto en la clase, con gran desorden. Domingo no participó, pero en cuanto llegó el profesor, los responsables le echaron la culpa al joven. El docente, enojado, lo regañó duramente y lo castigó.
Don Bosco supo de inmediato que Domingo no había sido el culpable(conociendo tan bien como lo conocía), y le preguntó la causa de su comportamiento. El chico, que no se había defendido y había permanecido callado durante toda la regañina, contestó: "Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron injustamente. Y además, a los promotores del desorden sí los podían expulsar, si sabían que eran ellos, porque ya han cometido muchas faltas. En cambio a mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no me expulsarían".

Llega la hora
Sin embargo, Domingo poseía una salud muy frágil. Cierta vez, Don Bosco se preocupó por sus persistentes toses, y pidió a unos médicos que lo examinaran. Ellos dijeron: "El alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a Dios".
Su situación hizo que fuese enviado con sus padres, a Mondonio. Cuentan que cuando se despidió de Don Bosco, los alumnos se asombraron: parecía que el sacerdote estaba a punto de llorar.
Domingo preveía que se acercaba el final de su vida. Con paz y tranquilidad, se confesó, comulgó y recibió la unción de los enfermos. Faltaban tres semanas para que cumpliera quince años: era el 9 de marzo de 1857, y el muchacho agonizaba en su cama. Su madre no logró acompañarlo, y se retiró a una habitación cercana a llorar. Domingo le pidió a su padre que se acercara y rezara con él de un devocionario.
"¡Oh, qué cosas tan hermosas estoy viendo!". Éstas fueron sus últimas palabras. Murió en paz y con una sonrisa en su rostro, y poco después se apareció en sueños a su padre y a Don Bosco para contarle alegremente que estaba en el Paraíso.
En ese sueño le dijo a su mentor: "Lo que más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso".

Qué le debemos a santo Domingo Savio
En nuestras vidas, aún en los momentos que creamos más mundanos, podemos dar lo mejor de nosotros, por amor de Dios. ¡Ojalá que nuestra vida cotidiana sea una inmesa alabanza a Dios!
Como santo Domingo, fortalezcamos nuestra relación con Dios, y permitamos que sea esta y no otra cosa lo que le dé el sabor a nuestra vida. Aprendamos a amar a Dios, y a dejarnos amar. Y más importante, permitamos que esa experiencia se transparente hacia nuestra vida cotidiana. Seamos alegres, seamos ejemplos de santidad, como dijo santo Domingo. ¡Y no nos desanimemos! Cristo nos ayuda, nos llama, nos espera. Con Él todo lo podemos, y en Él todo lo tenemos.
Que Santo Domingo sea un ejemplo para nosotros de cómo se puede vivir al mismo tiempo la juventud y la santidad. Y que nos recuerde también que, a pesar de lo que el mundo diga de nosotros, tenemos alguien fiel en el Señor... Alguien por el que de verdad vale la pena vivir y morir en santidad.

Santo Domingo Savio, ruega por nosotros...

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