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7 de agosto de 2011

El Evangelio de Hoy -- Jesús camina sobre las aguas

"Después que la gente se hubo saciado, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente.
"Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
"Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de la tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, caminando sobre el agua.



"Los discípulos lo vieron caminar sobre el agua y se asustaron y gritaron de miedo, porque pensaron que era un fantasma. 
"Jesús les dijo en seguida: "¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!". Pedro contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti caminando sobre el agua". Jesús le dijo: "Ven".
"Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "¡Señor, sálvame!".
"En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?".
"En cuanto subieron a la barca se calmó el viento, y los de la barca se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios".". Mt. 14, 22-33

"En el capítulo anterior..."
El texto del Evangelio de hoy nos presenta un pasaje muy conocido(y emocionante) de la Biblia, pero muy a menudo nos vamos directamente al final sin ponerle atención al inicio. Antes de comenzar el texto, debemos ponernos un poco en el contexto: ¿qué pasó antes? ¿por qué Jesús mandó a los discípulos a adelantársele?
Los acontecimientos que hoy nos cuentan ocurren inmediatamente después de la Primera Multiplicación de los Panes y los Peces, cuando Jesús da de comer a cinco mil hombres(sin contar mujeres ni niños, añade el evangelista) luego de una jornada de predicación en el desierto. Jesús se retiraba a los desiertos para orar, pues tradicionalmente para los judíos era el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Sabemos que Jesús aprovechaba esos momentos de oración a menudo.
Nos cuenta a propósito san Juan que luego de ese milagro los que escucharon a Jesús tenían las intenciones de proclamarlo rey de Israel. Jesús es el Mesías, el verdadero Rey, pero sus compatriotas no lo entendían de esa manera. Para ellos, el Mesías sería un rey guerrero que, por voluntad de Dios, derrotaría a los opresores de Israel en una victoriosa guerra y asentaría nueva y definitivamente la dinastía de David. Pero sabemos que esa noción estaba un poquito perdida: la guerra de Jesús es contra la opresión del pecado, su victoria se da en la Cruz, y da paso no a una nueva dinastía, sino a su Reinado Eterno, donde efectivamente libertaría a Israel, pero también a todos los pueblos de la Tierra.
Jesús nunca permitió que la gente se confundiera de ese modo, y Él quería dar a entender quién era de verdad. Pero tampoco en ese momento sus discípulos lo entendían muy bien, y seguían las ideas populares(sabemos que al menos el grupo más íntimo, Pedro, Juan y Santiago el Mayor tenían muy en su mente la idea del mesías guerrillero y rey, y pensaban en las implicaciones políticas de ser amigos de Jesús). Sabiendo Jesús que ellos apoyarían a los que le tratasen de proclamar rey, "hizo que sus discípulos se subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla".

Una vida de oración
Jesús, luego de despedir a la gente, se queda a solas en el monte, y ora toda la noche, hasta la madrugada. Quiere sentirse en intimidad con el Padre, y busca la fuerza de la oración en los momentos más importantes de su vida, como vemos finalmente en el huerto de Getsemaní.
En nuestra vida, muchas veces nosotros estamos rodeados por una multitud, no de personas, sino de preocupaciones, de deberes, de problemas, de oportunidades... En fin, estamos rodeados de lo que nos pasa día con día. Y ese estar rodeado puede ser abrumador, y nos puede desorientar, o incluso, sentirnos "reyes" de determinado aspecto de nuestras vidas, de una manera equivocada.
En medio de todo ese trajín diario, nosotros también podemos ir al desierto, al monte(un doble lugar de encuentro con Dios, como los israelitas recibieron los Diez Mandamientos en el desierto, en el Sinaí)para hablar con Dios. Un desierto: lo calmado, lo tranquilo, no lo solitario, sino lo íntimo. Un monte: lo alto, no en lo físico, sino en lo espiritual, viendo más allá de nuestra propia realidad, dirigiéndonos a Aquel que está sobre tiempo y espacio. Y como Jesús, podremos conversar larga y tendidamente con Dios. "Recargar nuestras baterías", descansar y estar serenos en el momento de tomar las decisiones... Como hemos hablado en artículos anteriores, podremos dar un nuevo sabor a nuestra vida a partir de nuestro encuentro con Dios.
Porque, cuando estamos muy estresados, muy preocupados, ¿acaso no es común que busquemos a alguien de confianza para hablar y desestresarnos? ¿Quién más de confianza que Dios: Padre, amigo fiel, hermano, Amor Verdadero... Si hay alguien en quien podemos confiar, es en Él.
Y, hablando de confianza... Sigamos con el Evangelio.

Los discípulos en medio de la tempestad
Para los discípulos no ha sido un día fácil. Lo han pasado atendiendo a una multitud, bajo el sol, luego, tienen que navegar toda la noche y para colmo, con un viento poderoso que sopla en dirección contraria. Es una tempestad, y ellos están cansados y deseando dormir, y llegar a tierra...Además, no cuentan con la presencia consoladora del Maestro.
Es entonces cuando, sin menor explicación, ven a Jesús caminando sobre las aguas, a lo lejos. Imaginémonos por un momento en la posición de los apóstoles, en una lúgubre tempestad, con frío y calados hasta los huesos, luchando para que la barca no se volcara... Y para colmo, el mar en la cultura judía era un símbolo de muerte y del mal, de lo indomable de la creación, que solo Dios podía dominar... ¡Y ven a lo lejos al Maestro jugando de surfo!
¡Claro que se asustan!, más de lo que estaban, si es posible... ¿Cuántas veces, nosotros en nuestra vida diaria, estamos en medio de la tempestad, literalmente... En medio de problemas, de dificultades... ¿Cuántas veces queremos llegar a nuestra meta, pero un viento violento nos empuja?
Y, si esa meta, esa otra orilla, ¿es nuestra santidad? Queremos ser santos, pero a veces es tan difícil... El mundo nos desanima, las tentaciones, el pecado... Nosotros mismos nos autodesanimamos... Pero siempre, a lo lejos, veremos al Maestro venir hacia nosotros en nuestra ayuda.
"¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!" les dijo Jesús, y nos dice también a nosotros. En Él podemos confiar... como Pedro confiaba.
Pedro, el líder de los discípulos, de inmediato toma la palabra, y pide una prueba de que es Jesús: una prueba que al final es para él mismo. Pedro confía en el Maestro, y en lo que puede hacer, y por eso pide, como señal, no tanto para él mismo como para los demás, que él también camine sobre las aguas hacia el Señor.
Y mientras lo ve, todo va bien: avanza y avanza, como en tierra firme... Pero entonces, Pedro se comienza a preocupar por lo que le rodea: el viento, la fuerza de las aguas... Se olvida por un instante de Jesús, y se hunde.
A veces nosotros también pedimos al Señor una señal de su ayuda, y todo empieza a ir mejor... hasta que nos distraemos, nos entra la duda, y olvidamos o ignoramos al Señor. Solo logramos hundirnos al no tener los ojos en Jesús.
Pero como Pedro, nosotros tambíén le podemos pedir ayuda: él nos levanta, nos salva de ahogarnos. Suben a la barca, y el viento se calma. Cuando Jesús está presnete en nuestra vida, en nuestro corazón, ninguna dificultad nos impedirá alcanzar nuestro camino a la santidad.
Querido joven: si estás en medio de la tormenta, ¡mira a Cristo! Y si te estás ahogando, ¡pídele ayuda! Jesús nunca nos defrauda, nunca nos abandona, pero a veces nos pide que nos adelantemos, es decir, que sigamos en nuestro camino tal vez sin tener noticias de Él, acaso en un momento de penurias, de dificultades, de sequedad espiritual... Pero Él siempre va a nuestro encuentro. Porque, si los discípulos aceptaron navegar toda la noche en un mar tempestuoso, era porque tenían la confianza de encontrar al Maestro en la mañana.
Aún los mejores dudan, como Pedro. Pero a todos ellos Jesús los levanta y les ayuda a seguir adelante, llevándolos de la mano a un lugar seguro.
El Señor nos bendiga a todos.

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