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19 de julio de 2011

Querido Timoteo... Parte 2

Timoteo con su abuela Loide,
según una pintura de Rembrandt
Hace poco habíamos comenzado esta serie de artículos con la primera parte, que está aquí. Timoteo era un discípulo de san Pablo, al que el apóstol le escribió dos cartas que se encuentran en la Biblia, y de las cuales podemos sacar verdaderas pistas acerca de cómo puede ser nuestra relación con Dios. Porque Timoteo tenía algo en común con nosotros: era un joven.





Que no te critiquen por ser joven
Timoteo había sido dejado por Pablo para que organizara las comunidades de su área, lo más probablemente en el cargo de obispo. Pero como sabemos, Timoteo era un muchacho apenas, y por esa razón, muchos de los mayores en la comunidad recelaban de él.
En la primera carta que san Pablo le escribe, el apóstol le deja este mensaje de aliento en ese mundo que, como ahora, consideraba que ser joven es ser un ciudadano de segunda mano.

"No permitas que te critiquen por ser joven. Trata de ser el modelo de los creyentes por tu manera de hablar, tu conducta, tu amor, tu fe y tu vida irreprochable. Mientras llego, dedícate a la lectura, a la predicación y a la enseñanza. No descuides el don espiritual que recibiste mediante una intervención profética, cuando el grupo de presbíteros te impuso las manos. Ocúpate de estas cosas y fíjate en lo que dije; así todos serán testigos de tus progresos. Cuida tu conducta y tu enseñanza; persevera sin desanimarte, pues actuando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan. No reprendas con dureza al anciano; al contrario, aconséjalo como si fuera tu padre; trata a los jóvenes como a hermanos; a las mujeres mayores como a madres y a las jóvenes, con gran pureza, como a hermanas".  1 Tim. 4, 12-16; 5, 1-2

Muchas veces en nuestra vida, sentimos cómo la sociedad nos desprecia, nos hace un lado, nos critica, precisamente por nuestra juventud. Dice Martín Valverde, un famoso cantautor católico: "No tendrán el don de lenguas pero tienen una lengua que es un don". La gente a menudo olvida que en su momento fue joven también, y que esta etapa de la vida conlleva autodescubrirse y descubrir a los demás, medir nuestras propias fuerzas, y saber quiénes somos y quiénes queremos y podemos llegar a ser. Pero Dios nos dice "¡ánimo!, estoy con ustedes". También Cristo fue joven, y también Él pasó esa etapa como todo joven, en etapa de conocer y conocerse, y con deseos de cumplir el anhelo que había en su corazón(Lc. 2, 41-52). Cuando Pablo le dice a Timoteo "que no te critiquen por ser joven", lo dice Cristo, en realidad. Después de todo, ¿quién era su discípulo amado? Juan, el más joven de los Doce.
¿Cómo enfrentar a los que nos critican? Diciéndolo de forma rápida, sería así: no hacerles caso y dejarlos callados. Nadie en el mundo nos puede decir que somos inútiles, nadie en el mundo nos puede rebajar de lo que somos: creados a imagen y semejanza de Dios. Tenemos dignidad, y por el bautismo somos hijos del Jefe. Nos queda demostrar con la acción esta realidad: siendo ejemplo, pues, en todo lo que nos propone san Pablo: en nuestra forma de hablar, de comportarnos, de amar, de creer y de vivir en los caminos de Dios. Si otros pudieron, ¿por qué no nosotros? "Persevera sin desanimarte", le dice Pablo a Timoteo y nos dice a nosotros también. "¿Qué más podremos decir? Si Cristo está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?". (Rom. 8, 31).

Jornada Mundial de la Juventud 2000
Roma, Italia - Ciudad del Vaticano
Como ya mencionamos, nuestra relación con Dios requiere precisamente el conocerlo a Él, poco a poco, hasta aprender a amarlo como Él es. Pero en toda relación humana, también uno se conoce a uno mismo, y va tomando decisiones y perseverando en las mismas, desarrollando todo su potencial para amar a la otra persona. Si en la entrega anterior vimos que Dios quiere que le conozcamos, hoy vemos que Dios quiere que también nos conozcamos a nosotros mismos, que tomemos nuestras propias decisiones, que nos equivoquemos pero que nos levantemos. Que no nos desanimemos. En pocas palabras, Dios quiere que demos lo mejor de nosotros mismos, porque Él cree en nosotros.
Y con los consejos finales que san Pablo da a Timoteo, nos muestra el centro de la vida cristiana, y también el secreto del crecimiento como personas: el amor. Sí, Dios quiere que vivamos en familia, y que pasemos tiempo con los amigos, que nos divirtamos, que disfrutemos, que vivamos nuestra juventud. Pero sin perder la perspectiva de que todos somos hijos de Dios. Respetar a quien respeto merece, aunque a veces se comporte de formas reprochables. Si hay que corregir, hacerlo con prudencia, con caridad, no levantando escándalos sino aconsejando en el Espíritu. Y finalmente, reconocer a la humanidad entera como lo que es: nuestra familia, donde todos somos hermanos, en Cristo Jesús.
Que el Señor nos bendiga a todos.
Continuará...

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