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20 de julio de 2011

Querido Timoteo... Parte 4

Hace poco habíamos comenzado esta serie de artículos(la tercera parte está aquí). Timoteo era un discípulo de san Pablo, al que el apóstol le escribió dos cartas que se encuentran en la Biblia, y de las cuales podemos sacar verdaderas pistas acerca de cómo puede ser nuestra relación con Dios.
Porque Timoteo tenía algo en común con nosotros: era un joven.

Un buen soldado de Cristo 
Una de las primeras realidades que uno descubre cuando es cristiano, es que estamos en guerra. Mire donde se mire, busque por donde se busque, es inminente: el mundo busca atacar a la Iglesia y al Evangelio. Y pretende que nosotros rechacemos nuestras creencias con las excusas de "respetar derechos" (que no lo son), "tolerar" (cuando no nos toleran) o "ser respetuosos" (cuando somos injuriados continuamente). El Diablo odia a la Iglesia, y por ello tienta a los hombres para que le planten cara al mensaje de Cristo, de mil maneras diferentes. Por eso, ser un fiel servidor de Cristo implica ser, necesariamente, un soldado de Él.

"En cuanto a ti, hijo, que tu fuerza sea la gracia que tienes en Cristo Jesús. Cuanto has aprendido de mí, confirmado por numerosos testigos, confíalo a personas que merezcan confianza y que puedan instruir después a otros. Soporta las dificultades como un buen soldado de Cristo Jesús. El que se alista en el ejército trata de complacer al que lo contrató, y no se mete en negocios civiles. El atleta no será premiado si no ha competido según el reglamento. Al agricultor que trabaja duro le corresponden en primer lugar los frutos de la cosecha. Piensa en esto que te digo, y el Señor te lo hará comprender todo.". 2 Tim. 2, 1-7

Ante un mundo que quiere que renunciemos a Cristo, nos toca permanecer firmes en la batalla, listos para mostrarles de qué estamos hechos. No se trata de matar a nadie ni de andar haciendo rodar cabezas: se trata de conquistar el corazón de los demás para Dios.
Cuentan que una vez un emperador chino se dio cuenta de una rebelión, y partió con sus tropas diciendo: "Seguidme, voy a destruir a mis enemigos". Pero al llegar al campamento de los rebeldes, fue a hablar con ellos, y tratándolos con cariño y benevolencia, escuchando sus reclamos y prometiendo ayudarlos, logró que volvieran a ser leales a él. Esa noche hubo un banquete, y en medio del mismo, el primer ministro, muy enfadado, le preguntó al emperador: "Su Majestad, ¿no era que iba a destruir a sus enemigos?". El emperador le señaló a los rebeldes y le dijo: "¿Ves aquí alguno? A todos los he vuelto mis amigos".
Nuestra lucha es, por lo tanto, como la de ese emperador: no se trata de acabar con los enemigos del Reino, sino de hacerlos amigos de éste, de darles la oportunidad de que Dios les abrace y les cambie su vida. Para ellos, hay que mantenerse firme, puesto que la batalla en la que podemos caer es en la batalla con nosotros mismos. Ya decía san Pablo: "No te dejes vencer por el mal, más bien derrota al mal con el bien". (Rom. 12, 21).
Un buen soldado se dedica a su guerra, no a negocios civiles. Un atleta debe competir según las reglas. Un agricultor ha de trabajar duro. De nuevo acá, se habla de la perseverancia.
En nuestra relación con Dios, hemos de aprender a serle fieles, a no "darle vuelta", o "ponerle los cuernos" con otras preocupaciones, otros afanes, otros placeres que lo vayan a suplantar. Se trata de ordenar nuestras prioridades. Dios primero, lo demás después. Porque con Dios lo tenemos todo, aún si no tenemos nada. Algunas de las otras cosas que dejamos luego de Él pueden perfectamente convivir en nuestra relación, mas otras no, y más bien resultan perjudiciales para nosotros. Pero tenemos un arma secreta: el amor de Dios, su gracia, aquél don que nos da para salvarnos a pesar de que no lo merezcamos. La gracia que nos viene del sacrificio de la cruz. "Que tu fuerza sea la gracia que tienes en Cristo Jesús".
¡Ánimo soldados! Conquistemos la tierra entera para nuestro Señor, sometamos nuestros corazones a Él. Confiemos en ese general victorioso que nos dirige, y a pesar de las dificultades, tengamos confianza en su estrategia, una estrategia maestra que imposibilita perder soldados pero permite ganar prisioneros. Ganemos en nuestra batalla contra nosotros mismos, contra nuestra inclinación a pecar. Y finalmente, dejémonos caer prisioneros en el Amor del Señor.
Que Dios nos bendiga a todos.
Continuará...

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