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10 de julio de 2011

El Evangelio de hoy

"Aquel día, Jesús salió de la casa y fue a sentarse a orillas del lago. Pero la gente vino a él en tal cantidad, que subió a una barca y se sentó en ella, mientras toda la gente se quedó en la orilla. Jesús les habló de muchas cosas, usando comparaciones o parábolas.
"Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del camino: vinieron las aves y se los comieron, Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra, y brotaron enseguida, pues no había profundidad. Pero apenas salió el sol, los quemó, y por falta de raíces, se secaron. Otros cayeron en medio de espinos, los cuales crecieron y los ahogaron. Otros granos, finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el ciento, otros el sesenta, y otros el treinta por uno. El que tenga oídos, que escuche".
"Los discípulos se acercaron y preguntaron a Jesús: "¿Por qué les hablas en parábolas?". Jesús les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. Porque al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden. En ellos se verifica la profecía de Isaías: Por más que oigan no entenderán, y por más que miren no verán. Este es un pueblo de conciencia endurecida. Sus oídos no saben escuchar, sus ojos están cerrados. No quieren ver con sus ojos, ni oír con sus oídos y comprender con su corazón... Pero con eso habría conversión y yo los sanaría.
"¡Dichosos los ojos de ustedes, que ven!, ¡dichosos los oídos de ustedes, que oyen! En verdad les digo que muchos profetas y muchas personas santas ansiaron ver lo que ustedes están viendo, y no lo vieron; desearon oír lo que ustedes están oyendo, y no lo oyeron.
"Escuchen ahora la parábola del sembrador: Cuando uno oye la palabra del Reino y no la interioriza, viene el Maligno y le arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Ahí tienen lo que cayó a lo largo del camino. La semilla que cayó en terreno pedregoso, es aquel que oye la Palabra y enseguida la recibe con alegría. En él, sin embargo, no hay raíces, y no dura más que una temporada. Apenas sobreviene alguna contrariedad o persecución por causa de la Palabra, inmediatamente se viene abajo. La semilla que cayó entre espinos, es aquel que oye la Palabra, pero luego las preocupaciones de esta vida y los encantos de las riquezas ahogan esta palabra, y al final no produce fruto.
"La semilla que cayó en tierra buena, es aquel que oye la Palabra y la comprende. Éste ciertamente dará fruto y producirá cien, sesenta o treinta veces más"." Mt. 13, 1-23

Comentario
Un hermoso texto, y uno de los más conocidos del Evangelio. Además, es uno de los que más fácilmente podemos aplicar a nuestra cotidianeidad. En todos los siglos, es la Palabra la semilla que busca una tierra donde dar frutos, y nosotros, somos el terreno que de acuerdo a su disposición permite o no germinar el grano. La parábola está explicada por el mismo Jesús, y lo que nos queda ahora es examinar nuestra vida, y determinar, ¿qué clase de suelo somos nosotros? y ¿cuál queremos ser? Para dar fruto, el suelo necesita la semilla, sin ella, queda estéril. Es extraño que en la sociedad actual haya tantas parcelas que aunque sean "tierra buena", fértil y con capacidad de dar buena cosecha, no dan fruto alguno pues no quieren recibir la semilla.
Y no solo queda recibir la semilla, sino dejarla germinar. En los tres primeros casos de la parábola, el suelo recibe la semilla, pero por diversas razones ésta no logra ser fructífera. A veces, nos dejamos caer en las tentaciones, rechazando el plan de Dios, y para acallar nuestra conciencia, acallamos la palabra, siendo entonces que el Maligno nos la arrebata del corazón. En el evangelio de San Lucas se es más preciso: el Maligno lo hace para que no creamos y así no nos salvemos.
Otras veces, creemos que Dios es una máquina tragamonedas, que con solo echar la monedita y confiando uno se gana el premio. Convertimos a Dios en un objeto de nuestro interés, un mero instrumento para alcanzar lo que llamamos falsamente "bienestar", y nos desilusionamos cuando Dios no cumple nuestras expectativas. Pero no es que Dios sea decepcionante, es que no lo hemos comprendido, y nos interesamos más por nosotros mismos que por lo que Él tenga que decir.
Y finalmente, a veces también tomamos a Dios como otra cosa más, en medio de un montón de cosas. Como en un cuarto desordenado, que hay gran cantidad de objetos y al dueño le da igual dónde esté, con tal de que esté: a veces lo que uno busca se pierde en medio de tanto desorden. Así, al no reconocer la importancia de Dios, el amor que Él nos tiene, y tratarlo como otra cosa más, lo olvidamos, y lo dejamos de lado.
Como ya mencionamos, para recibir la semilla, hace falta aceptarla, y dejarla germinar. Podemos oír la Biblia entera, que si no queremos escuchar, nos entra por un oído y nos sale por el otro. Aceptar el Evangelio requiere un esfuerzo. Por eso, Jesús hablaba en parábolas: no para hacerse el misterioso o para dejar confundido al pueblo, sino para alentarlo a buscar más allá. A  traspasar el borde del camino, a echar raíces, a surgir entre los espinos. A comprender a Dios como es, y no como pretendemos que sea. A entenderlo como Amor y no como algo más, algo que podemos usar para nuestro beneficio. Ése es el reto. La multitud entera oyó la parábola, pero solo unos pocos se acercaron a pedir la explicación. Por eso Jesús les llama dichosos, pues han oído ese anhelo en el corazón del hombre, y se han acercado a Dios.
¿Estamos dispuestos a echar raíces, a conocer más de nuestra fe, a conocer a ese Dios que nos ama, porque es Amor? ¿Podemos dejar de lado nuestra propia superficialidad, nuestros intereses egoístas, nuestras preocupaciones, para acercarnos a Él?
"Porque al que tiene, se le dará más, y tendrá de sobra, pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará". Como el árbol tiene frutos cuando es fértil, y no tiene cuando es inútil, así también a aquellos que reciben la palabra se les pide dar fruto, y fruto en abundancia. Dando testimonio, propagando la fe, no como seres entre las nubes, sino como personas comunes y corrientes en la tierra, pero con su corazón en el Cielo, desbordando el Amor de Dios para él y para los demás. ¿De qué sirve un árbol sin frutos, o un campo sin cosecha? Y si el árbol da frutos y el campo cosecha, pero no los entregan, ¿de qué sirve? Es como si no los tuvieran.
¿Estamos dispuestos a asumir el reto?

Dios nos bendiga a todos, y nos permita aceptar su palabra, y dar fruto abundante.


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