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14 de agosto de 2011

El Evangelio de Hoy -- Migajas de pan

"En aquel tiempo, Jesús se marchó de donde estaba, y se fue en dirección a las tierras de Tiro y Sidón. Una mujer cananea, que llegaba de ese territorio, empezó a gritar: "¡Señor, hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija está atormentada por un demonio". Pero Jesús no le contestó ni una palabra. Entonces sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Atiéndela para que se vaya, mira como grita detrás de nosotros". Jesús contestó: "No he sido enviado más que a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
"Pero la mujer se acercó a Jesús y, puesta de rodillas, le decía: "¡Señor, ayúdame!". Jesús le dijo: "No se debe echar a los perros el pan de los hijos." La mujer contestó: "Es verdad, Señor, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos." Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se haga como quieres." Y en aquel momento quedó sana su hija". Mt. 15, 21-28


Cuando Jesús se pone pesado
Un evangelio que sorprende. Cualquiera que lo lea la primera vez se quedará asombrado tal vez de la rudeza de Jesús, una actitud que nos parece inaudita y que no tiene comparación en el resto del Evangelio. Pero el punto no es lo que Jesús haya dicho, sino el porqué lo dijo.
Los cananeos, como esa mujer, eran parte de un pueblo pagano que históricamente había sido rival y enemigo de Israel. El hecho de que viviesen tan cerca no hacía que las relaciones mejoraban: en aquella época los israelitas poseían un nacionalismo exacerbado, se sentían orgullosos de pertenecer al pueblo y de que Dios lo hubiera escogido. Se sentían escudados en ser hijos de Abraham y lamentablemente eso daba lugar a cierta clase de odios contra las demás naciones, una especie de rivalidad tácita, un sentimiento de superioridad ya criticado por san Juan Bautista cuando los fariseos llegaron a hablarle: "Produzcan los frutos de una sincera conversión, pues no es el momento de decir 'somos hijos de Abraham', pues yo les aseguro que Dios puede sacar hijos de Abraham también de estas piedras"(Lc. 3,8).
Jesús tienen clara su misión, la cual está limitada al pueblo de Israel. Eso no le impedirá compartir con los pueblos de esas regiones vecinas, incluso en otra ocasión multiplicando(nuevamente) la comida. Pero su predicación, su mensaje, se enmarca dentro del pueblo de Israel. Luego será la Iglesia la encargada de continuar la misión de Cristo, llevando su Evangelio "a todos los pueblos". (Mt. 28,19).
Y es en ese contexto en que esa mujer cananea, madre amorosa, llega desesperada rogando por la sanación de su hija, "atormentada por un demonio". Una mujer pagana, ajena al pueblo y a la Antigua Alianza, pero que ha oído hablar de Jesús, y que le reconoce como "Señor" e "Hijo de David", es decir, rey de Israel. Y ante la silenciosa actitud de Jesús, que no le habla, ella se adelanta y se le arrodilla delante, clamando por su hija.
Recordemos en este instante el contexto del entero evangelio según san Mateo. El apóstol escribe para cristianos que eran israelitas y judíos de nacimiento, aquellos que veían en Jesús el Mesías esperado en quien se cumplían todas las profecías. Y en sus documentos el evangelista narra con franqueza el rechazo que hicieron de Jesús muchos otros integrantes del pueblo judío, liderados por las autoridades del Templo, hasta conducir a Cristo a la cruz. Así pues, Mateo elogia a la mujer cananea, pues si los sacerdotes de la antigua alianza, cultos y versados en las cosas de Dios, no le reconocieron cuando se hizo hombre y vino entre nosotros, una mujer pagana, que no formaba parte de la antigua alianza, que solo conocía de Dios por las conversaciones pasajeras con sus vecinos, llega hasta los pies de Jesús, de rodillas, por amor. Los que tenían la Ley la incumplían, la que estaba fuera de ella la cumplió entera, porque "el que ama a su prójimo, ha cumplido con la Ley". (Rom. 13, 8b).
Entonces viene la frase de Jesús: "No se debe echar a los perros el pan de los hijos". ¿Por qué la dureza repentina del Dios-Amor encarnado? ¿Por qué trata a esa mujer en busca de ayuda como el resto de sus compatriotas de la época lo hacían?

¿Fe o confianza? Las dos
Fe es tener confianza. Está implícito en el concepto. No se trata solo de creer así porque sí, pues uno solo cree en aquel en quien confía, y solo confía en aquel a quien ama, y socialmente, ama al que conoce. De nuevo nos encontramos con ese proceso de nuestra relación con Dios. Pero recordemos el inicio: antes de conocer a alguien, debemos conocernos a nosotros mismos.
La cananea tenía parte del proceso, pero estaba dejando algo de lado. Era precisamente esa fe en uno mismo, que viene de nuestra autoconfianza, que viene de nuestro amor propio, que viene de nuestro autoconocimiento. En este caso, todo comienza con nuestra primera impresión. La mujer del Evangelio estaba estigmatizada, marcada, ante la sociedad judía. No era nadie para ellos, acaso una ladrona de oxígeno al pueblo de Dios. Y siendo Jesús judío, ella se acerca a Él desde esa perspectiva: con la cabeza baja, no con humildad sino con baja autoestima, sintiéndose que, a pesar de que cree, ella no merece siquiera alzar a ver al Maestro.
La respuesta de Jesús le sienta como un jarro de agua fría. Los hijos son los israelitas, los perros son ellos, los paganos, los que están fuera de la Alianza. Efectivamente, ella no merece ese favor de Dios. Pero, ¿acaso alguien alguna vez ha merecido el amor de Dios? Eso es lo que llamamos "gracia", y es precisamente el regalo que Dios nos hace de pura iniciativa, de gratis, solo porque quiere. Y ese regalo es, en primera instancia, su Amor, que se traduce de muy diversas maneras.
La esperanza de entender sacude a la mujer, y el misterio de la gracia asoma a su mente. No merecemos nada de lo que Dios nos da, sino que son como migajas que nos caen, como pedacitos del amor de Dios que nos conducen hacia Él. Y luego, el Amo que echa un pan a los perros, no porque lo merezcan, sino porque los ama, porque los ha criado desde pequeños, porque los tiene junto a su puerta.
Y luego esa respuesta que demuestra la madurez de la mujer. Una madre angustiada que recibe una negativa, y que lejos de perder los estribos, encuentra las letras pequeñas del contrato, y transforma un aparente "no" en un cada vez más afirmativo "tal vez". Expresa así su confianza en Dios: un Dios que es Amor, un Dios bueno, nunca dejará de socorrer a quienes lo necesiten. Ella no forma parte de la Alianza, ella no es judía. Pero no importa. Dios la ha creado, y sabe que Él es grande y benevolente. Así que ella confía y espera en aquel extraño que ha aprendido a amar: el Dios de los israelitas, el mismo Dios que, hecho hombre, está ante ella, mientras ella suplica de rodillas por la salud de su hija.
"Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se haga como tú quieres". La respuesta de Jesús, dada muy probablemente con un guiño y una sonrisa de orgullo por amor, le da a la mujer el impulso que necesita, el empujón para crecer en su relación con Dios. Ha superado su obstáculo, y ha hallado su dignidad, ha aprendido a amarse y a no dejarse ser menos por quién es, sino a aprovechar de esas hermosas diferencias que la hacen única como su trampolín para la relación con Dios. Un Dios que le encuentra y le levanta, que le da la salud a su hija y la paz a ella misma, un Dios que le dice "Si antes te hablé duro, no era porque yo así lo sintiera, sino porque tú así te creías. Pero yo te quiero por quién eres, precisamente, por ser tú misma".

De perros a hijos
También nosotros, en nuestra relación con Dios, debemos entender que Él nos va a hablar respecto a nuestra propia experiencia. Si creemos que no servimos, que somos inútiles, que no valemnos la pena, y Él nos dice lo contrario, como apuntara bien Martín Valverde, "no es que no le creamos, es que no lo entendemos".
Él es paciente, pero como todo amigo, no tiene miedo de hablarnos golpeado si ve que nos estamos autodestruyendo. Nos saca de nuestro mundo, nos espabila. Y es en esos trancazos de la vida que aprendemos que Dios nos ama. Y, ¡caray!, si Dios me ama, es porque algo bueno he de tener, ¿no? Pues sí: somos creados a su imagen y semejanza(Gén. 1, 27). Ese es un comienzo. Porque Dios quiere que entendamos nuestra dignidad de seres humanos.
Pero más que eso, otra dignidad aún más profunda, más importante. Antes éramos perros, que se echaban a la mesa de sus amos y comíamos las migajas que caían al piso. Pero por el bautismo, fuimos constituidos en hijos de Dios. Ya no nos limitaremos a lamer partículas de masa: ahora degustaremos el pan que nuestro Padre nos da. Ante todo, amigos, ante todo, recordemos nuestra dignidad de hijos de Dios, y coherederos del Reino.
Que el Señor nos bendiga a todos.

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