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29 de marzo de 2012

"Tanto amó Dios al mundo"

Se acerca Semana Santa, y vamos a meditar nuevamente en la Iglesia acerca de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Pero, ¿qué sentido tiene esto? Tal vez una pregunta mejor es: ¿cuál es el sentido de que Jesús pasara por todo eso? ¿Por qué lo hizo? La respuesta la podemos hallar en el puro inicio de la parte del evangelio según san Juan que habla sobre la Pasión:
"Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo." Jn. 13, 1.

Dios es Amor
Esta es la afirmación del mismo evangelista, en su primera carta(1 Jn. 4,8). ¿Por qué está tan seguro Juan? Después de tantos años de trabajar duro, de predicar, de meditar en su corazón, de vivir esa fe que le quemaba como un fuego en su interior, después de todo ello, él, el discípulo favorito de Jesús, puede afirmar que Dios es Amor. Él conoció en persona a Jesús, así que debe saber de lo que habla.
Podemos decir, con san Juan, que Dios es Amor, con solo ver lo que Él ha hecho por nosotros. Desde antes que nuestra madre nos concibiera en su seno, Dios nos concibió en su mente. Desde el inicio, Él pensó en nosotros, Él tuvo un plan para nosotros, Él nos llamó y nos comenzó a conquistar(Jer. 1, 5; 20,7; un tema para después), porque Él nos amaba, y nos amaba con locura. Dice san Pablo claramente que Dios está loco, pero que su locura es más sabia que la sabiduría de los hombres(1 Cor. 1, 25). Dios está loco de amor por cada uno de nosotros. Desde antes de que nosotros le conociéramos... Desde que Él nos conoció, y hay que tomar en cuenta que Dios nos conoce desde siempre.

Nuestra caída
Sin embargo, siendo que Dios es Amor, Él que nos ama no puede obligarnos a amarle, pues el amor verdadero no obliga a nadie. Él nos pide un acto de confianza, de amor de verdad, una aceptación. Eso es lo que llamamos fe, lo que Él le pidió a nuestros primeros padres, Adán y Eva. Sin embargo, todos nosotros, toda la humanidad, empezando por ellos y siguiendo hasta cada uno de nosotros(con solo dos excepciones), le hemos dado nuestra espalda a Dios. El primer pecado fue la soberbia, al querer igualarnos a Dios por nuestros propios medios, hasta incluso estar por encima y por delante de Él. Por ello Adán y Eva perdieron el Paraíso. Por ello nacemos marcados con el pecado original.
Y ahí estaba el gran problema para Dios. Porque Él nos ama, y decidimos libremente alejarnos de Él. Y aunque arrepentidos, esa mancha en nuestra alma nos impedía poder volver a estar a su lado. Pero bien dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo... Y Dios es más viejo que el diablo. Él tuvo un plan. Y gracias a Él que se salió con la suya.

Tanto amó Dios al mundo...
Jesús y Nicodemo
En los tiempos en que Jesús comenzaba su ministerio, vivía en Israel un conocido miembro del Sanedrín o Consejo Supremo de los judíos, un hombre importante llamado Nicodemo. Nicodemo apreciaba mucho a Jesús, y cuando éste se estaba comenzando a hacer famoso por su predicación y sus milagros, fue un día a hacerle una visita de noche para satisfacer su curiosidad, y ver si de verdad Jesús hablaba de parte de Dios.
En un momento de la conversación entre ambos, Jesús le sopla el plan de Dios para recuperarnos del pecado:

"Así como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo Único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo por él." Jn. 3, 14-17.

La serpiente que Moisés levantó en el desierto era una hecha de bronce, enroscada alrededor de un asta de bandera(Núm. 21,8). En aquellos momentos, los israelitas habían vuelto a hacer de las suyas en el desierto, y como resultado fueron atacados por una plaga de serpientes venenosas. Dios ordenó a Moisés que hiciera la serpiente de bronce para que, apenas alguien fuera mordido, la volviera a ver y quedara sano. El mejor suero antiofídico de la historia.
Pero bueno, ¿qué tiene que ver una culebra de metal con Jesús? Así como la culebra fue levantada para que aquellos envenenados de muerte quedaran sanos, así también Cristo fue enviado para entregarse por nosotros: para ser levantado en la Cruz de modo tal que todos los que envenenados de muerte por el pecado se vuelvan a Él, queden sanos y salvos por su entrega de Amor.
Tanto amó Dios al mundo, tanto nos amó a nosotros, que no se guardó ni a su mismo Hijo único, Jesús, la Palabra, sino que le envió a entregarse por nosotros, a cancelar nuestras cuentas pendientes para que pudiésemos, finalmente, vernos cara a cara con Él. En resumidas cuentas, nos amó tanto que se dio a Él mismo para recuperarnos a nosotros.
Nosotros, abusando de nuestra libertad, caímos en la esclavitud del pecado, que nos impedía al final acceder a Dios. Pero Cristo viene para hacernos nueva y verdaderamente libres. Pero con todo, la decisión queda aún pendiente. Queda aún de nuestra parte. Nuestro pecado ha sido vencido, ya nada nos puede apartar del amor de Dios... excepto que nosotros decidamos lo contrario. Ojalá que en esta Semana Santa podamos reflexionar todo esto para, fianlmente, darle ese sí de confianza a Nuestro Amado, al que nos amó hasta el extremo. Que podamos volver a ver a Cristo, levantado entre cielo y tierra, y curarnos de nuestro pecado. Porque los israelitas se sanaban solo si volvían a ver la serpiente de bronce. A veces nosotros tenemos el remedio a mano y no nos lo tomamos simplemente porque no queremos. Pero Dios es paciente y nos sabe enamorar. Solo hay que evitar endurecer el corazón. Escuchemos ese llamado, volvámonos hacia esa Cruz, bendita y vacía, y hacia ese Crucificado, Muerto y Resucitado, a ese Amante fiel y verdadero que es Cristo Nuestro Señor.
Aquí está el sentido de la Semana Santa. No solo es que Cristo murió por nuestros pecados. Sino que Cristo nos amó hasta el extremo de morir para cancelar nuestros pecados. Y que, en su muerte, nos ha salvado, y en su Resurrección, nos ha permitido tener nueva vida en Él.
Nuevamente es San Juan el que mejor lo expresa:

"Miren cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo Único a este mundo para que tengamos vida por medio de él. En esto está el amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados." 1 Jn. 4, 9s.

¡Ánimo! ¡Dios nos ha amado hasta el extremo! ¡Dios aún cree en nosotros! Como dijo una vez san Agustín de Hipona:
"Siendo sapientísimo, no supo amarnos más;
siendo todopoderoso, no pudo amarnos más;
y siendo amantísimo no pudo poner límite a su amor."
Que el Señor nos bendiga y nos guarde, y nos conceda seguir meditando acerca de su amor en estos días santos. Que la paz de Cristo esté con nosotros por siempre.






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